La Doctrina de la Araña

¿Alguien se acuerda de Gunter Schabowski?

Era 9 de noviembre de 1989. El citado Gunter, miembro del Politburó de la República Democrática Alemana anunció en conferencia de prensa que se liberaban los permisos para viajar y que los alemanes del este podían cruzar a Berlín occidental.

Nadie lo organizó. Mucho menos nadie lo previó. A las 23 horas comenzó el cruce. El punto de control de Bornholmerstrasse fue el primero, seguido de varios otros en Berlín y a lo largo de la frontera de la RDA. Fueron sobrepasados por miles de alemanes que cruzaban directamente, saltaban el muro, comenzaban a derrumbarlo y piedra tras piedra caída, la fuerza de la libertad podía más que décadas de miedo acumulado a fuerza de represión y asesinato de aquellos que habían  intentado cruzar furtivamente.  Gunter Schabowski, sin quererlo,  había abierto un orificio que las ansias de libertad transformaron en río caudaloso.


La caída del Muro de Berlín fue el símbolo de la caída del comunismo y la posterior disolución del  Pacto de Varsovia.

Poco después, la Guerra del Golfo en 1990-91, encontraría a Estados Unidos liderando una amplia coalición, con autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, que derrotaría a Saddam Hussein liberando a Kuwait de la invasión iraquí.

Francis Fukuyama hablaría del “Fin de la Historia” en un libro que rápidamente lo hizo mundialmente famoso. El triunfo del capitalismo y la democracia eran a su juicio definitivos.

Charles Krauthammer, un neo-conservador estadounidense, con orígenes en la izquierda, escribió en ¨Foreign Affairs¨ un artículo que tendría gran impacto en la época y que se llamó  “El momento unipolar”. Se refería a que la primacía estadounidense geopolítica y militar, no tenía rival alguno. Era verdad, En ese momento. Pero como muy bien lo sugiere el título de su artículo y luego él lo explica en diversas oportunidades, no era para siempre. Era temporaria. Un “momento” en el devenir de la historia.

En las cuestiones económicas, el llamado “Consenso de Washington” se propagaba por muchos países.  La globalización de la economía era un fenómeno real, que más allá de las ideologías,  avanzaba a lo largo y a lo ancho del mundo, proponiendo un desafío y una oportunidad a los sistemas productivos, en especial de los países en vías de desarrollo.

En el sur del continente americano, parecía que gran parte de la clase dirigente argentina y sectores académicos afines, habían leído más a Fukuyama que a Krauthammer. Argentina se embarcó en lo que se dio en llamar “relaciones carnales” con Estados Unidos. Se consideraba que ser el mejor  discípulo de Washington por estas latitudes, sin “filtro alguno”, era lo que más nos beneficiaba. Ello significaba adherir sin “medias tintas” a la política exterior de los Estados Unidos. En la práctica de la política exterior, estábamos hablando de un alineamiento casi automático con las posturas de Washington.

Años más tarde, en especial a partir del 2008, nuevamente Argentina fue asumiendo una política exterior cada vez más ¨reduccionista¨, al privilegiar en grado sumo la alianza con los países del Alba y quedar demasiado dependiente de las influencias chavistas. Se ponía un énfasis exagerado en la alianza con un grupo de países que no tenían un peso destacado en la ecuación de poder internacional.

Peor aún, en el caso de Venezuela, se hacía caso omiso del autoritarismo creciente del gobierno primero de Chávez y luego de Maduro y del encarcelamiento de dirigentes políticos por el mero hecho de ser opositores. Siguiendo la estrategia chavista, se dejaba languidecer la CIDH (OEA), que fuera en la época oscura de la dictadura un baluarte en la defensa de los derechos humanos, y que hasta nuestros días continúa batallando en favor de la libertad en el continente.

En el curso de 1990, me encontraba en la Cancillería a cargo del Programa de Integración con Brasil. Eran meses de intensa negociación preparando lo que luego se conocería como Tratado de Asunción, que dio origen al Mercosur.

En ese momento,  expresé en forma pública, que la política exterior argentina debía guiarse por “la doctrina de la araña”.

¿La doctrina de la araña? A saber, apoyarse en varias “patas” simultáneamente, todas necesarias, aunque diferentes, entre las cuales Brasil, Estados Unidos. La Unión Europea, China,  el resto de América Latina y Japón, eran las más importantes. Algunas tendrían mayor contenido comercial, otras político, otras de inversiones, transferencia de tecnología, etc. La referencia a la “araña” pretendía simplificar visualmente una idea  de aplicación más compleja a la hora de transformarla en políticas específicas.

Argentina tenía que dar contenido a cada “pata” de la araña. Definir exactamente  cuáles eran nuestros verdaderos intereses en juego en cada caso. Ello, teniendo en cuenta que la política exterior es  la herramienta que debe aprovechar al máximo las posibilidades que nos brinda el mundo exterior, para mejorar la situación de nuestros ciudadanos y de la Nación toda.

Lo expresado en aquel momento de transición hacia un nuevo ¨orden¨ en las relaciones internacionales, mostraba una posición claramente diferente al vigente reduccionismo de las ¨relaciones carnales¨, que sólo atendía al ¨momento unipolar¨, supervalorizando la relación con Estados Unidos que, sin duda era y es clave para la Argentina.

En nuestros días, aquella formulación de la "araña", parece apropiada para ser puesta en consideración de las diferentes fuerzas políticas, en aras a construir una política de estado para las relaciones exteriores de Argentina.  Sino acordamos algunas políticas de Estado clave, errante será el destino de nuestro país, tal como lo ha sido en gran parte de nuestra historia.

 La política exterior es una de las principales áreas donde es indispensable contar con una política de amplio consenso interno. La ¨doctrina de la araña¨ parece ser  un concepto lógico a partir del cual elaborar una política exterior de Estado para la República Argentina.

El mundo actual, 2015, presenta una estructura de poder a nivel global, que facilita la “estrategia de la araña”. En lo militar, si bien la primacía de Estados Unidos y la alianza occidental es incuestionable, existen desarrollos de otras potencias en el campo de la defensa  que tienen cada vez mayor importancia. En lo económico, el mundo es cada vez más multipolar. Si bien existen dos polos sobresalientes, Estados Unidos y China, hay varios países y regiones de importancia geo-económica relevante.

Este mundo que avanza hacia una conformación multipolar cada vez más acentuada, no está exento de riesgos importantes.  La proliferación nuclear es sin duda el más destacado de ellos. Diversos países de tamaño intermedio, más o menos secretamente, dominan la tecnología para producir armas nucleares y si aún no las tienen disponibles, es más por dudas político-estratégicas sobre la oportunidad y los impactos regionales de dicha decisión, que por incapacidad de producirlas. A ello deben sumarse las armas nucleares ya existentes y el siempre presente riesgo de accidentes que gatillen un conflicto, además de la para nada remota posibilidad que alguna de ellas pueda caer en manos de grupos terroristas.

Para nuestra inserción internacional actual, la clave es que podemos desarrollar simultáneamente las diversas ¨patas de la araña¨, sin que medien contradicciones insalvables entre ellas.








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